Vuela libre

Siete años ya… Hemos celebrado como se merece el paso del tiempo, porque estáis creciendo, porque cada vez sois más vosotros y menos un pequeño calco de actitudes aprendidas. Siete años, y de pronto el tiempo se hace un poco losa, y de repente os vais mochila al hombro a vuestras primeras colonias. Ilusionados, nerviosos, un poco inquietos porque son tres días sin padres ni familiares, solos. «Mamá, no quiero dejarte sola», me decía Izan esta mañana, y yo, con toda la ternura, le he tenido que decir que yo iba a estar bien sin ellos, que se lo iban a pasar en grande y que ya estaba deseado conocer sus historietas a la vuelta. Con pocas palabras y muchos abrazos les he dicho:

Vuela, vuela libre, hijo.

Disfruta sin pesos. Yo ya llevo mi mochila. Lleva tú la tuya sin cargas adicionales.

Vuela. Siéntete a gusto con tu sonrisa, ríe escandalosamente, no te cortes…

Vuela y haz lo que tengas que hacer.

Cáete. Y sobretodo levántate.

Aprende. Siempre. De todo, de todos.

Lleva tu propia mochila. Llénala de recuerdos. De los que son útiles para la vida, de los que llenan el corazón. Y de vez en cuando, sacúdela, tu mochila, vacíala y deja espacio para lo que tenga que venir.

Vuela, no mires demasiado atrás con nostalgia, solo de vez en cuando, solo para saber de dónde vienes, pero sin miedo, sin cargas, sin compromisos heredados.

Vuela libre, hijo. Yo me quedo aquí para acompañarte y darte la mano. Para curarte con besos hasta que me dejes. Para escucharte y darte consejos, si los pides (y si no seguro que también, pero son gratuitos y como las lentejas, que si los quieres los comes y si no, los dejas).

Vuela, hijo. Disfruta. Y cuando quieras, ven y cuéntame, que me gusta cargar un poco la mochila contigo, que las penas entre dos son menos penas, que me gustaría llenarte algún bolsillo de sonrisas y recuerdos dulces. Pero vuela…

Siete años después no se me ocurre mejor regalo para devolver tanta revolución en mi propia mochila.

Os quiere,

Mamá.