Mis hijos no me echarán de menos.
No es un lamento, es un hecho.
No me echarán de menos porque tres días sin padres son una fantástica aventura y porque saben que estamos aquí, que no nos vamos, que hay un regreso y un hogar y unos abrazos que esperan.
Mis hijos no me echarán de menos porque se lo estarán pasando demasiado bien como para pensar en nada más. Cuando eres niño y si todo va bien en tu casa, sabes con certeza que los padres son un pilar eterno que no hace falta estar sosteniendo porque son ellos quienes te sostienen a ti.
Y aunque para los padres puede ser algo triste pensar que tus hijos se van despreocupados sin ningún atisbo de melancolía o morriña, en el fondo sabes que eso es buena señal. Porque tu hijo confía en que estás y seguirás estando. Confía en tu cariño y tu soporte. Y eso le da alas para volar libre con su red de seguridad invisible.
Así que mis hijos no van a echarme de menos.
Volverán con sonrisas embarradas y un quilo de anécdotas atropelladas. Y mientras disfrutan de su libertad, los padres recuperaremos la ilusión de una vida de pareja antes de los hijos. Cuando ibas a cenar entre semana y el mando de la tele estaba en tu poder. Cuando ibas al cine a ver películas sesudas y luego la analizabas hasta la madrugada en largas disertaciones. Cuando pintarse las uñas o ir al lavabo no eran un lujo de tiempo.
Mis hijos no me echarán de menos. Y yo me alegro de que sean autónomos, felices y despreocupados. Me alegro de que sepan que los padres estamos ahí y se despreocupen del amor porque ya lo tienen. Un día descubrirán que los padres no son eternos. Que también hay que cuidarlos. Que el amor no viene dado sin esfuerzo alguno. Que la felicidad se trabaja. Pero eso será más adelante.
Ahora mis hijos no me echarán de menos porque vuelan libres. Y yo, echándoles de menos, me alegro.