Rodéate de besos y tu búsqueda de la felicidad 

Rodéate de besos. De carne. De saliva. De papel. Besos al aire. Besos castos, en la mejilla. De abuela, en la frente. De amante. Besos furtivos, robados en una esquina. Besos apasionados, como si no hubiera mañana. Besos sorpresa o besos anhelados. Besos con abrazos. De recibimiento. De despedida. Rodéate de besos. 

Rodéate del recuerdo del primer beso, ese que te puso la piel de gallina mucho antes de producirse, ese que cuando sucedió fue una explosión demasiado grande para retener las emociones, las manos o los párpados abiertos. Rodéate del recuerdo del primer beso y búscalo, vuelve a tener primeros besos, como adolescentes en plena revolución hormonal.

Rodéate de besos, aunque alguno te desagrade ligeramente en un momento dado, como esos besos sonoros y repetitivos de la tía abuela, esos que dejan rastro, de amor y de algo más. Rodéate, porque algún día los echarás en falta. Y entonces buscarás en el banco de los besos acumulados y más vale que tengas ahorros que te consuelen.

Rodéate de besos y si ahora mismo no los tienes a mano ponte bien a la vista aquellas citas de amor, aquellas dedicatorias, aquellas cartas manuscritas que acababan, invariablemente, «Te quiero, besos». 


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