La FELICIDAD grandilocuente no existe. No tal como nos la han vendido. Como una búsqueda infinita que solo depende de nuestras gestas y que es una meta imprescindible a alcanzar para decir que has sido exitoso en esta vida. No como esa felicidad que una vez alcanzada es perenne y nunca más sé escapa. Como ese filtro obligatorio. Como ese tener que ser siempre tu mejor versión, a todas horas, incluso durmiendo… No, esa felicidad eterna y perfecta no existe, es un espejismo acompañado de frases ñoñas y lemas en plan “si yo puedo, tú puedes” y “nunca mires atrás” y “sepárate de las personas tóxicas que no aportan nada bueno”, como si alguno de nosotros pudiera negar que alguna vez en su vida no ha sido tóxico o como incómodo para otro alguien (y lo ultimo que necesitábamos es que nos dieran de lado o dejaran de escucharnos).
No creo es esa felicidad ideal. Me parece un engaño peligroso y frustrante. Pero creo en el estado de serenidad. En saber apreciar esos pequeños momentos que te dan paz o alegría o risa o descanso o en los que aprendes algo importante. Creo en las vacaciones de no hacer nada sin sentir la presión de tener que llenar las horas de intensidad. Creo en las películas que emocionan y hacen llorar y transportan. En los libros que son viajes. En las palabras escritas que te conectan. En l’as hamacas Qué te apaciguan. En los viajes que te relajan y llenan de sabiduría. En los pies sobre la arena caliente que por fin se refrescan en el mar. En las tazas de té humeante que atraen confesiones. En la sonrisa, desnuda. En las pieles que se tocan…
Y todos esos momentos son felicidad de la buena. A veces duran más y a veces menos. A veces te apaciguan horas o días o meses, a veces un instante. Y se van. Y vuelven. Y mientras disfrutas de tu soledad echas de menos el bullicio de tu gente. Y mientras disfrutas de una larga sobremesa echas en falta dos segundos de soledad. Y vas encadenando tus momentos felices con tus realidades. Y si tienes suerte, te das cuenta. Y disfrutas con conciencia y sin presión. Porque la felicidad no era una meta inalcanzable ni una vara de medir tu éxito. Era solo esto. Y qué bien que has sabido darte cuenta.