Sigo impactada. Imbuida de calma. Llena de paz. Porque la felicidad es verde. Y azul. Es agua, que cae, que ruge, que viene y pasa y se lleva cualquier resquicio de pensamientos nefastos. Aún estoy un poco en el Monasterio de Piedra, como si mi alma estuviera en pleno jet lag.













Una maravilla 💦 ¿Conocéis este lugar?
Es un remanso de paz muy bien cuidado, con caminos bien indicados y aptos para casi cualquier persona con buen calzado y una forma física normal. Está repleto de rincones con bancos donde descansar, leer, picotear…
Hay lavabos, merenderos, mucha sobra y sobre todo cataratas del río Piedra y unos paisajes espectaculares. Ha sido fantástico y los niños han disfrutado mucho con las cuevas, cascadas, incluso con la visita a la abadía.
El Monasterio de Piedra es una joya y visitar la zona de Calatayud en Zaragoza es precioso. Es increíble lo descansado que se queda uno tras un disfrutando del rumor del agua y el verde rodeándote.
Agua y más agua. Hay algo profundamente relajante en dejarse llevar por su rumor, el verde y el azul que la rodean, la vida…
Dejarse llevar. Como filosofía de vida.
Seguir una ruta y disfrutar del paisaje cantando por Sabina. O Jarabe de Palo. O Fito y los Fitipaldis, Mecano, M-Clan, Fangoria… Y hacer como que sabes inglés con Imagine Dragons, Morcheeba, Coldplay, Sting, Sia, Aviici, The Beatles, ACDC o Queen. Nos va todo, maidiar, revuelto y con alevosía. Y un poco de Blues si nos ponemos románticos. O Bossa Nova. Y un poco de house para mantener el ritmo. Y venga pop, rock, cantautores y lo que. Os echen salpicando paisajes verdes, agrestes, de cielos azules o tormentas. A mí me gusta dejarme llevar y cantar (mal) en el coche. Y llevo reventada. Pero feliz. No hay nada como compartir un viaje de horas en coche para saber si fluye o no fluye el amor. Porque hay tiempo de cotillear, filosofar, arreglar el mundo, recordar la infancia, hablar de política y pensar en tu futuro. Entre canción y canción, entre paisaje y paisaje, la cosa, fluye.