Gustarse por dentro

Gustarse por dentro. Tanto como por fuera. O más, porque si no te gustas en el interior, tarde o temprano tu fachada caerá.

Es como las puertas de los patios interiores. Desde la calle juzgas el jardín por la pintura y el estado de la puerta, pero quién sabe si tras esa puerta roída, descascarillada y oxidada hay un vergel lleno de flores o si tras la puerta nueva hay un campo yermo lleno de deshechos.

La Betty por los tejados comentaba la reflexión sobre quererse con contundencia:

«Es difícil aceptarse por fuera. A mi me cuesta infinito. Pero lo que llevo francamente mal son los días que no me acepto por dentro. No hay maquillaje o faja que disimule las imperfecciones del alma. Cuando has actuado mal. Cuando has metido la pata. Cuando has mentido y no has sido honesta. Cuando has herido o descuidado a alguien… eso es peor.

Qué gran verdad… Nos centramos en vernos bien, el pelo, el peso, la musculación, el maquillaje… Y sin embargo si estás vacío, triste, rabioso… por dentro, importa muy poco si tu aspecto es fabuloso.

En realidad eres como una puerta recién pintada pero podrida bajo los brillos.

Al final, hay belleza en las puertas con historia que esconden jardines florecidos, aunque se vean las capas de pintura, los desconchones y los pomos oxidados. Mejor las puertas con historia que los jardines vacíos. O mejor, quererse, por dentro, y por fuera.

 


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