Querida amiga, la normalidad está sobrevalorada. Y sobredomensionada. Has querido luchar por un hogar «normal». Y luchar está bien pero hay veces que es mejor tirar la toalla y tener fuerzas para construir algo nuevo, brillante, feliz. Querías una familia «normal». Pero… Qué es eso? Te lo pregunta la chica que vivió en la casa de campo sin agua ni luz corriente, la que se casó del brazo de dos padres. La que tiene cuatro hermanas que no todas son hermanas entre sí pero que se quieren como si lo fueran.
Si te digo la verdad, creo que la normalidad no existe. La construimos cada uno a nuestra manera. Son los padres, la normalidad. Ellos se lo guisan y tú, como hijo, te lo comes. Así que más vale que tus padres sepan cocinar una normalidad -una rutina- más o menos digerible, tranquila y feliz.
El hogar no son dos personas y cuatro paredes. A veces sí, pero no siempre. El hogar eres tú y tu sonrisa franca, tu política de brazos abiertos y barra libre de besos, tus cuentos antes de ir a dormir, el hogar eres tú. Y esa es la normalidad importante.
Y aunque sé que a veces estamos tan lejos estando tan cerca, sílbame, como decía Rigodón, cuando en un día flojo te cuestiones si haces bien, porque no supiste construir un hogar y una familia normal. Porque te recordaré que la normalidad es todo, que no existe, que son los padres, y que el hogar es donde tú sonríes.