Cucú. Mis manos me esconden para encontrarte en el resquicio de una sonrisa.
Mis manos te atrapan y te sueltan en vaivenes, como las olas, dándote aire si tu piel pide un respiro y abrigo si tus ojos preguntan por algo de calor.
Mis manos te acercan, o te alejan si dueles tanto como una vida gris. Y dicen basta en gritos silenciosos cuando el dolor es demasiado abrumador para aceptarlo.
Mis manos saben cantar caricias y amasar amores. Más ajenos que propios. Pero todo va se aprende. Y a veces ponerse una crema no es solo una rutina. A veces estirar arrugas es un masaje contra el cansancio de lo cotidiano.
Mis manos se tienden. Abiertas.
Se abren.
Se cierran.
Se enredan en tu pelo cuando quieren susurrarte amor.
Mis manos son tan sabias que solo recorriendo pieles ya han acumulado el conocimiento ancestral de las rutas insondables del cariño.
Y esconden.
Descubren.
Crean.
Rompen.
Bailan.
Hablan en silencio.
O a voces.
Y sostienen.
Y tiran lo que ya ni tan siquiera pica un poco.
Mis manos son vida.
Y te la entregan, si no se esconden, para que entrelaces los dedos con ellas y puedas recorrer el mundo desde la seguridad de unas manos bien agarradas.
¿Y tus manos?






