Y si empezáramos la semana mirándonos a los ojos. A nosotros mismos primero. Y a los demás después. Una mirada de reconocimiento, un saludo silencioso, sin juicios de valor ni críticas. Sólo una mirada.
Y si empezáramos la semana recordando el color exacto de nuestras pupilas. Y cuando ya supiéramos el mapa exacto de los cambios de color y motas que decoran la mirada, supiéramos el color exacto de las pupilas de las personas que importan.
Y si supiéramos el cambio de color que precede a la somnolencia, la tristeza o la alegría. El brillo que da un beso. El reflejo que genera un baile…
Y si nos miráramos fijamente un segundo cada mañana, con cariño y sin juicios… Quizá el mundo sería algo más bonito… Sólo por aquello de que la realidad depende del color con que se mira…