Hay que ser POSITIVO

Pasamos por la vida corriendo, como si yendo más lejos, más rápido, más allá, fuéramos a disfrutar más… Y tanto más se convierte en muchos menos. Vamos tan deprisa que ni siquiera apreciamos el paisaje. Tantos retos y objetivos y metas nos tienen alienados en nuestra propia carrera. Listas de cosas por hacer antes de los veinte, de los treinta, de los cuarenta… Siempre incompletas y frustrantes. Estudios y títulos que se acumulan en nuestra vorágine, y no acabas uno que ya estás empezando otro. Trabajos que se solapan. Parejas que se suceden. Amigos que entran y salen. Listas infinitas de viajes y lugares por visitar en tres días. Corre, Forrest, corre… Y el tonto es el que hace tonterías… Y no dejamos de correr…

Vamos tan rápido y acumulando tantas listas de pendientes que en realidad es como si no hiciéramos nada de verdad.

Pasamos por la vida de puntillas, como con miedo de romper algo, sin querer molestar, solos, con compañeros de viaje que se suceden. Mientras nuestras rutas coinciden, vamos de la mano, y luego, chao, yo sigo mi camino, rápido, sin pararme a mirar en detalle qué estoy haciendo o reconsiderar adónde voy. Y de tan superficial que hacemos el vuelo, dejamos atrás los detalles que dan color al camino.

Pero hoy me he parado a escuchar los pájaros del patio, me he parado a mirar el móvil de escamas azules que tintinea con sabor a mi isla, he mirado la luz que cruza entre los azules y los blancos y me he dicho: «qué buena vida, esta, a tú lado, con ruido de niños de fondo y móviles azules que tintinean en la mañana con sabor a isla y rumor de mar».

Para conmigo.

Respira.

Mira los detalles.