Cicatrices en la mirada

Tenemos cicatrices en la mirada. Algunas leves, casi imperceptibles, otras permanententes, con un tinte nostálgico constante en las pupilas. Ayer veía el documental sobre el ictus -terrible, ese volver a nacer en un cuerpo que no reconoces ni controlas tras un derrame cerebral, pero qué fuerza y determinación- de donde saqué esta fantástica metáfora… Tener cicatrices en la mirada. 

Hay cicatrices visibles y perennes, como la que te deja una grave enfermedad como el ictus, el cáncer, una degenerativa… Cicatrices del miedo y la soledad, del dolor, como las de una viuda que perdió repentinamente al amor de su vida y que aunque se vuelva a enamorar sigue teniendo esa melancolía, ese tinte de saudade infinito. 

Hay cicatrices profundas que solo los que te conocen bien pueden ver. Esas qué crees que disimulas bien pero que en realidad te dan un aire ausente cuando tienes la mirada perdida. 

Tu mirada conserva la cicatriz del primer amor, del primer desengaño, de cuando descubriste que tus padres no eran tan perfectos ni tan guapos ni tan altos. Tu mirada te delata cuando estás decepcionado. Y cuando sufres o disfrutas o todo te es indiferente. Y no puedes evitarlo, porque las cicatrices están ahí para los que saben leerlas. No reniegues de tus cicatrices. Después de todo te hacen especial, son las que hacen que tú seas tú y no otra persona. 

No reniegues de tus cicatrices porque la vida no son todo sonrisas y momentos divertidos. Déjame ver tus cicatrices. Déjame ver tu mirada. Y si me aprecias… Mírame, yo también tengo mis cicatrices en la mirada. 

Cicatrices en la mirada
Cicatrices en la mirada

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