Hace días que pienso en pasarme por la churrería y pedir un par de vasitos de chocolate caliente, con el frío, que ya ha llegado, apetece ¿verdad? Pero entre una cosa y la otra (y la dichosa dieta) nunca he ido…Llega el fin de semana, y vamos a comer a casa mis suegros. Una ensalada, patatas fritas y conejo en salsa. Que mona mi suegri que me hace pollo a la plancha, no sólo por la dieta, sino porqué sabe que no como conejo.
Terminamos de comer. Tomamos el café. Charlamos. Charlamos más. Nos sentamos en el sofá. Medio seguimos una peli entre charla y charla. Y eso que tocan las 6 de la tarde y va y suelta «voy a por pan». Total, que al entrar por la puerta nos enseña una bolsa llena de pastitas «¡Para sucar!», dice. Nos miramos todos con una sonrisa de complicidad y a los 10 minutos volvemos a estar todos reunidos en la mesa.
Lo que llevaba días evitando, se me planta delante, ¡y a ver quién es el listo que dice que no!
¡A la mie*** la dieta! ¿Voy a dejar de compartir este dulce momento con familia? ¡Ni de coña!
Lo importante no es la taza de chocolate caliente, sino el placer común que teníamos todos, compartiendo más risas y charlas de nuevo en la mesa. Disfrutando de la familia y de estos pequeños placeres que no vale la pena evitarlos.
Se debe disfrutar, siempre, de todo. De cada momento, con la familia, con los amigos, con la pareja o con compañeros de trabajo. Con quien sea, pero disfrutar de cada segundo.
¿Qué haríais si cada día al despertar os dieran 86.400€? Al día siguiente 86.400 más… Y así sucesivamente. No creo que desperdiciarais ni un solo euro. Bien, pues… 86.400 son los segundos que tenemos un día, vamos a aprovecharlos, ¿no