Me encantan las fotos. Como buena nieta de mi abuela, acumumulo imágenes como tesoros. Desde que llegaron las cámaras digitales, los móviles con cámara y instagram es una obsesión. A mi abuela ya la ha pillado mayor, pero aún así tiene una cámara digital con la que disipara fotos a diestro y siniestro. Acumula tarjetas de memoria para no perder ninguna, aunque esté repetida y se vea algo borrosa o ladeada, aunque tengas tu peor gesto. Todo son recuerdos de momentos compartidos y como tales los guarda. Luego imprime todo y hace preciosos álbumes de fotos como antes: con fotos pegadas sobre hojas acartonadas y comentarios al margen en su letra estilizada.
Yo me quedo en la fase de acumulación porque no encuentro el momento de hacer los álbumes. Es una de mis tareas eternamente pendientes, mal, muy mal.
El caso es que he encontrado las fotos de este verano y me ha encantado verlas y recordar, hasta he hecho un vídeo y las he puesto bien ordenadas en su correspondiente carpeta por fecha a la espera de que haga el consabido álbum de fotos. Volver a mirar las fotos y revivir esos momentos felices me ha hecho sonreír. Hay quien no quiere salir en las imágenes, que prefieren el recuerdo, vivir el momento en su momento. Les respeto, pero yo prefiero poder volver a sentir que estuve ahí y que disfruté como una loca con la puesta de sol, bailando mientras nos cubríamos de colores vivos en una holi party o viendo el paisaje desde la ventanilla del avión. Nadie ha dicho que no podamos ser felices recordando el pasado. No quiere decir que nos quedemos ahí estancados. Pero puede ser una buena manera de seguir motivado para acumular más buenos recuerdos, en cualquier momento (no sólo en vacaciones) y mientras avanzamos hacia nuestros objetivos. No dicen que hay que disfrutar del camino?