Uno pasa la vida con uno mismo, conociéndose, y no deja de sorprenderse con las reacciones y sentimientos que tiene. Hay cierto placer en conocerse. Y reconocerse. Y aceptarse y apreciarse con esos muchos defectos que sabes que tienes. Y descartar esos defectos por otros nuevos y volverse a querer.
Hay pequeños detalles en tu casa, en tu oficina, en tus frases y tu acento que delatan quién eres. Como si fuera un pregón silencioso pero luminoso: Ey, estoy aquí, está soy yo.
Yo soy de Ibiza y eso me convierte en una isleña de por vida: en el ritmo, la luz, el vínculo por el mar y la pasión por mi isla. Tengo una relación, una buena, de esas de corazones, detalles, una manera de llamarse el uno al otro, y como dice en la taza, perdón. Que de eso hace falta en las relaciones, sean las que sean.
Me gustan los colores. Todos. Es un hecho.
Tengo hijos que me colorean, recortan y regalan mariposas de colores porque saben que me gustan, las mariposas, los gestos, los regalos, los colores… Y yo las cuelgo. Nos queremos, diría que es evidente.
Y eso son sólo unos pocos centímetros cuadrados de mi escritorio. De mí. Imagina todo lo que se puede saber de una persona observando bien. A no ser que se esconda y se disfrace. Debe ser difícil mantener la impostura hasta ese extremo. Yo tiendo a pensar que es más fácil ser transparente, con uno mismo y con el mundo.
Y tú, te conoces? Yo de vez en cuando me miro en el espejo, me saludo y me digo bajito: Está siendo un placer conocerte.