Día 50. 1 de mayo. Festivo. En casa. Con solazo en la calle. A punto de que empiecen las salidas por turnos de toda la población (ay, ay, ay… Confío que mayoritariamente lo haremos bien).

Los niños siguen haciendo deberes, esta semana ha sido todo un poco descontrol, la verdad. Los horarios no nos han cundido tanto como queríamos. O teníamos demasiada carga. O no nos hemos sabido organizar. O todo junto y revuelto. El resultado ha sido un agobio épico: malas caras, bufidos, resoplos, hasta lágrimas. Sin contar con que tenían un control (ojo, cuarto de primaria en pleno confinamento, perpleja me hallo) y los niños se lanzaron a lo loco a hacerlo como máquinas de querer acabar tareas. El drama fue que aunque habían trabajado (mucho, la verdad) el tema en casa no habían estudiado el dossier del mismo (uno perdido de cuando nos encerraron en casa de golpe y sin preaviso). Así que ¡uno ha suspendido y el otro ha sacado un aprobado justillo! Y es que las preguntas equivocadas ¡restaban! (repito, cuarto de primaria en esta situación de locos). Ni os explico los llantos… En esta casa no están acostumbrados a suspender, la verdad sea dicha, y después del esfuerzo, la frustración y el enfado eran monumentales. Claro que fue «culpa» nuestra, de los padres por no organizar sus estudiaran el dossier dichoso (repasando todo lo que habían traído de clase hace cincuenta días) y de ellos por ir a lo loco sin repasar el dossier primero (repasaron solo un trabajo que ellos se habían currado en PowerPoint sobre el tema y por el que les felicitaron, pero no contenía toda la información necesaria para responder el control). Todo esto en una semana donde padre y madre teníamos mucho teletrabajo, no estábamos para supervisar todo y estar encima de todo lo que hacían los niños… En fin, un dramón… ⌛
Y aquí estamos, en 1 de mayo, día 50, con deberes encima de la mesa, con frustraciones, los padres desempolvando el inglés y los niños alucinando de la cantidad de ejercicios que les han mandado. Que ojo, ya dije el otro día que me parecía que ser profe en tiempos del coronavirus era muy complicado y que estoy segura que hacen lo que pueden y lo mejor que pueden.
No sé dónde leí que ahora que empezamos a salir, psicológicamente viviremos altibajos, y me da que está semana nos han tocado los bajos. Estamos esperando los altos.
Día 1, segunda parte

Día 50, segunda parte. Hemos celebrado que ya estamos en mayo, que brilla el sol y empezamos poco a poco la vuelta a la «normalidad», quiera eso decir lo que quiera decir.
Si algo nos ha traído está crisis del coronavirus ha sido más confianza con los vecinos. Si antes nos saludábamos cordialmente sin saber apenas nuestros nombres, ahora sabemos profesiones, miedos, platos preferidos, ascendencias, colores políticos y otros detalles que nos han acercado. Es bonito recuperar el concepto «vecinos», «vecindario» y «convivencia vecinal». Estamos ahí, unos junto a otros, enfrente, y cada día después de los aplausos nos quedamos casa uno en su portal para comentar el día a día. Es nuestro momento de socializar en la distancia (la acera no se cruza) y de hacer un repaso rápido de que todos estamos bien. En cuanto alguien no sale varios días seguidos, la pregunta es obligada: ¿Está bien? ¿Coronavirus?
Confieso que algunos días a las ocho me ha dado pereza salir a aplaudir. No por falta de solidaridad ni de convicción de que hay muchas personas que se merecen un reconocimiento que vaya más allá de los aplausos y se refleje en mejores condiciones y derechos, en protecciones y en mayor prestigio social. Me daba pereza porque estaba inmersa en mis propios vaivenes emocionales, reuniones, cansancios y etcétera. Me daba pereza porque hay días que no le veía el sentido a aplaudir cuando tantas personas morían o se estaban ahogando en su pobreza (presente y previsiblemente futura). Sin embargo, mis vecinos salían incansables día tras día a las ocho en punto como un reloj suizo. Y a mí me daba algo de vergüenza. Si no hubiera salido nunca, tendría excusa. Pero una vez habías salido una vez… Ya tenías la obligación adquirida para siempre… Ese es el misterio de la psicología humana y el comportamiento social…
Decidme qué no soy la única perezosa (a veces). Que eso no os hace peores personas ni insolidarios. Decidme que seguiremos saludándonos por el nombre. Que nos acordaremos de cuidarnos.
No sé si quiero «volver a la normalidad». Es decir, sí. Pero con algunos cambios. Pero eso, da para otro post, otro día…