Hay gente qué piensa que los homosexuales están enfermos. Que las feministas son una plaga que hay que combatir. Que cada cual debe quedarse donde nació porque es lo que te ha tocado en suerte. Y esa gente vota, porque todos tenemos derecho a voto -por supuesto-. Y esa gente incluso gobierna.
A mí me da una pena infinita. Porque miro al horizonte y no debo de pensar que la humanidad va dando tumbos, repitiendo una y otra vez las mismas atrocidades históricas, repitiendo miedos, construyendo violencias.
¿Qué mal hay en respetar que cada cual quiera a quien le venga en gana si el amor es del bueno y no de los que matan? ¿Por qué cuesta tanto mirarse al espejo y admitir que la desigualdad de género existe y que nos pesa como una losa a todos, y a todas? ¿En qué momento dejamos de ponernos en el lugar del otro para comprender que nacer donde naces es una lotería y que si fueras tú también aspirarías a una vida mejor?
Miro al horizonte y me digo que al sol debemos parecerle muy ridículos. Que nos regala atardeceres y amaneceres espectaculares para que nos paremos un segundo a pensar que mañana amanecerá de nuevo, con nuevos colores y nubes distintas, en un ciclo sin fin, sin fin para nosotros, tristes mortales que andamos repitiendo historias de horror y miedo. Mañana volverá a amanecer. Y el horizonte que vemos hoy será un nuevo horizonte.