A mí me gusta improvisar. Dejar que las cosas surjan, sobre la marcha, sin presión, coincidir… Es muy latino, eso de improvisar. Muy de isla, también. Y yo soy de las dos cosas.
Una amiga que vivió en Washington lo pasaba fatal: todo estaba agendafo a dos y tres meses vista: tomarse un vino a la salida del trabajo, un cumpleaños íntimo, un paseo por el parque… Todo demasiado estructurado y sin margen para el error, qué presión, le costó entrar e integrarse en un grupo de amigos una barbaridad. A menudo le entraba la morriña de quedadas improvisadas y de esas cañas que se transforman en un vente a cenar con posibilidad de quedarse a dormir si la cosa se encarta…
Creo que yo también echaría mucho en falta la improvisación, de hecho del salto de vida de la isla a la gran ciudad ya me cuesta, y encima ahora hacemos cambalaches para juntar agendas programadas e improvisadas de trabajo y propias con las infantiles, gajes de la maternidad…
Grandeza momentos y amistades de mi vida se los debo a la improvisación. Como ese chico del autobús de Suiza a Barcelona que acabó siendo el francés perdido en la cuidad Condal con guía ibicenca. Como ese pues vente y vemos que acaó siendo un amante bandido, como ese músico que me robó el corazón tras improvisar un baile entre desconocidos, o el grupo de literatos aficionados, o las mejores fiestas que recuerdo…
Será la isla.
Será el padre hippy.
Será el aire Mediterráneo.
Será…
A mí me gusta improvisar. Y rezar, tú improvisas, yo improviso, y por el camino nos encontramos.
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