Querido Papá Noel, Queridos Reyes o quién tenga a bien hacerme un regalo: yo solo quiero siestas de manta y sofá. Lo sé, suena perezoso, suena barato, gratis, casi cutre. Lo sé, las siestas no le sientan bien a mi humor sobre todo si me levantan sobresaltada. Pero mi regalo tiene truco, y es un gran regalo, en realidad. Porque hacer una siesta de manta y sofá implica muchas cosas buenas, esas de la felicidad cotidiana y bla, bla, bla. Hacer una siesta se sofá y manta implica:
- Tener un sofá. Mullido, confortable. Si no, a ver quién puede dormir.
- Te tapas con la manta, suave, que huele a limpio, y estás calentito porque además tienes un techo sobre la cabeza. Porque la calefacción funciona.
- Tus hijos juegan entretenidos, sin muchos dramas. Y duermes porque puedes estar tranquila. Todo va bien, no hay malos humos, gritos ni nada que enturbie el descanso.
- Hay paz. A lo grande… Si no, no estarías echando la siesta con peligros, bombas, hambre o precariedad…
- Tienes tiempo. Si no a ver qué carajo de siesta es. Tienes que poder adormilarte, oírlo todo en duermevela, soñar y despertarte poco a poco.
Ah, ves? No era un regalo tan banal. Es un regalo de paz, tranquilidad, normalidad, amabilidad… Puedo, Papá Noel? Reyes Magos? Puedo una siesta de sofá y manta? La felicidad, era esto.
PD: es perezoso, sí. Pero en este mundo occidental acelerado, reivindico la pereza, y hasta el aburrimiento…
Como dice Barattini, «quiero dejarme llevar por el delicioso sopor».