¿Os he dicho alguna vez que me encanta escribir? ¿Qué a la pregunta «qué quieres ser de mayor» yo respondía sin dudar «escritora»? Bien… Escribir, escribo. Que llegue a ser una Rowling, eso ya, me da que habrá que verlo. Pero hoy os quiero regalar una pequeña historia que escribí hace años en un curso de escritura. Me divertí escribiéndola y creo que con humor os divertiréis leyéndola. ¡Qué nadie se asuste que es cortito! Os dedico…
EL ARTE DE CAGAR
Tenía el cabello color miel. Miel de abejas natural. Con romero. Ummmm. El balanceo del metro ondulaba su melena, extensión de colmena, de un lado a otro. De vez en cuando el freno producía un parada suficientemente brusca como para que pudiera recibir un leve latigazo meloso. Olía a té verde, y un poco a naranja. ¡Qué maravilla los champús que le asaltan a uno el olfato! Aquella criatura era perfecta. Su pose grácil, su ropa discreta, su cara amable, su sonrisa tímida… Todo en ella era una invitación al amor eterno.
Ah, pero el arte de cagar consiste en no dejar escapar nada fuera del lugar y de la hora adecuada. Su pedo extendió sus zarpas malolientes, sin piedad, arrastrándose en forma de humo invisible y de un modo inevitable hasta las sensibles narices que le rodeaban. El vagón, rebosante de carnes adormiladas, quedó por un momento cautivo de tan espantosa afrenta olfativa. Irrespirable. El aire, y las miradas de desprecio hacia mi abeja reina. ¿Era posible que aquella criatura de cuento se peara? ¿Era incluso posible que alguna vez necesitara defecar como los mortales imperfectos?
Sin saber cómo protegerla, me situé en el hueco que tan tremenda flatulencia había dejado libre justo detrás de ella. Las espaldas que se acercan. Poniéndome cual guardaespaldas de su culo impertinente, la cubrí, desafié en silencio aquellos que osaron hacer comentarios, gestos acusadores o que se mantuvieron con los dedos pinzados en las narices, sin respeto ni timidez alguna. Ella, mi miel, intentando desaparecerse en el silencio, me cogió la mano para agradecerme el gesto. En la siguiente parada fui arrastrado fuera. El naranjo y el té volvieron a cautivarme. Me sumieron en el sueño de un beso melado. Pero nuevamente el reptil flatulento surgió, maloliente, incapaz de ser escondido. No supe si podría soportarlo toda una vida, Me despedí. Al fin y al cabo, el arte de cagar es importante para el amor.
10 octubre 2003, Barcelona
Celia Ramón Wyser
Se nota que te gusta escribir en cada frase de este cuento y por ello, y como siempre, es un placer leerte!
P.S: Me han entrado ganas de apuntarme a algun cursillo de estos para obligarme a hacer ejercicios de estilo jaja
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Gracias!!!! Si encuentras un curso de escritura compatible con bolsillos y horarios maternales, dímelo y vamos juntas!
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