«Preséntate en 3 minutos». De pie, a bocajarro, sin preparación. «Como si no te conocieran y tuvieras que explicar qué haces en la empresa». Y me acordé de mi abuela Catalina. La pobre siempre se interesaba y preguntaba una y otra vez, «¿qué dices que haces AHORA?». El matiz del «AHORA» que pronunciaba con insistencia era importante porque andaba perdida entre tanto cambio de posición y trabajo y empresa. Ella, que era de la generación que vivió la guerra y la postguerra, que la vida laboral la pilló siendo madre jovencísima y sin formación mientras fregaba la casa y hacía la comida para toda su familia, que siempre envidió a quienes habíamos podido estudiar y repetía incansablemente que era importante tener buenas notas y una carrera para «ser alguien en la vida»… Ella, me miraba expentante. Y yo intenta explicarle de una manera sencilla qué significa ser periodista y dedicarse a la comunicación en nuestros días. Le hablaba de programas de radio casi de madrugada en las que no cobraba nada porque gracias que era voluntaria. De entrevistas a abuelos a quines luego les redactaba sus memorias en forma de libro autobiográfico novelado. De las incipientes (entonces) redes sociales en las que podía publicar cosas sin estar en un períodico y desde las que podía hablar con gente que no conocía de nada pero tenían mis mismos intereses. Le hablaba de marketing de influencia, o mejor aún, con microinfluencers, con personas que tienen unos miles de seguidores (que no conocen, pero sí, pero no en persona de carne y hueso) y que enseñan lo que les gusta y lo que no… Le hablaba de todo eso y ella me miraba con extrañeza porque no le parecía que esos trabajos fueran dignos de su nieta la que sacaba sobresalientes y se fue a la ciudad a estudiar una carrera.
Pero me enrollo, como siempre…
¿Cómo se presenta una en 3 minutos? Que parece mucho, pero es poquístimo si quieres resumir tus cuarenta y todos años en este mundo contruyéndote como persona. ¿Por dónde empiezo?
¿Por Ibiza, los hippies y las mochileras que se enamoran? ¿Por los cuentos inventados junto a la chimenea en aquella casa de campo sin luz ni agua corriente que me convirtieron en adicta a contar historias? ¿Por los poemas de amor desesperado que escribía en la adolescencia pensando que el fin del mundo llegaría si alguien ponía la vista en aquellas líneas?
¿Por el tremendo lío que tenía en la cabeza cuando me tocaba decidir «qué quería ser de mayor» porque me gustaba todo y hubiera sido psicóloga – escritora – antropóloga – filósofa – profesora de literatura – especialista en medioambiente y acabé siendo periodista que escribe y sabe de todo y de nada?
¿Por mis primeras experiencias laborales en el periodismo como negra de las biografías noveladas ajenas, vendedora de programas de radio de astrología y magia que aún no existían pero buscaban patrocinio, escuchadora profesional de radio por las noches y escritora de titulares para clippings de prensa, de vigilante de la publicidad sexista, formadora sobre cine y violencia de género, investigadora de cultura de paz y feminismo, responsable de que los portavoces de Amnistía Internacional en Catalunya supieran el último dato de la pena de muerte, organizadora de cumpleaños o guía acompañante de grupos de despedidas de soltero franceses que venían a quemar Barcelona en limusina y con striper?
¿De qué hablo? ¿De cuándo informaba a parejas que querían ser padres y madres por fecundación in vitro en un perfecto francés y en un inglés de me-apaño-como-puedo? ¿O de los años que descubrí qué era el WOM – Word of Mouth, los influencers? ¿De cuándo descubrí que había grandes marcas cuya grandísima preocupación era que el tamaño de letra fuera «un pelín más grande» mientras el mundo había guerras, COVID y muchas desgracias?
¿O solo hablo del fantástico trabajo que tengo ahora, que es genial por lo que es, comunicar y ayudar a comunidar, pero sobretodo por el fantástico equipo de gente que me rodea cada día?
¿O en tres minutos es relevante además hablar de mis orígenes suizos y mi fantática abuela Lulu que olía a té de flores y canela y hacía unas tartas de manzada y unos helados de fresa que querías quedarte a vivir en su regazo y su mirada azul? ¿O de mi Erasmus en París, de aquella vez en que un grupo de 4 skin heads nos persiguieron a 4 adolescentes españoles por las calles de Oxford al grito de «go home»?
O muchísimo más importante para mí cómo persona… De mis dos hijos adolescentes (yo que no quería ser madre porque el mundo estaba fatal y me sentía muy Mafalda), de mi compañero de vida, de los amigos que he hecho en la ciudad y los que me abrazan cada vez que vuelvo a la isla. Del grupo de literatura que formamos cinco escritores en ciernes después de aquellas clases de escritura creativa y que compartíamos relatos éroticos, de crimen o poemas deshauciados. De mis cinco hermanas. De mis dos padres. De mi madre, que solo hay una, la que me parió. Y de la pareja de mi padre que lleva ya décadas sonriendo ante el arroz de los domingos.
De mi pelea eterna con el flequillo. Ahora me lo corto. Ahora me lo dejo crecer porque molesta. Me lo vuelvo a cortar… en un ciclo sin fin.
Del síndrome de la impostora y la obsesión per estudiar y estudiar y estudiar porque nunca eres suficientemente buena.
De las dietas, eternas, y la inseguridad que esconden… No, de eso mejor no hablamos que nos da bajona.
En tres minutos.
En serio, tres. Yo que nunca he sido concisa.
A las pruebas me remito.
En tres minutos, no sé si soy capaz de explicaros quién soy qué hago en la vida. Probablemente me deje mucho en el tintero. Valga solamente decir que me llamo Celia, que crecí en Ibiza en una familia de hippies en una casa sin agua ni luz que era una maravilla porque era como estar pausado en el tiempo de las granadas dulces y rojas.
Que siempre hablé de más, y escribí mucho, y que con el tiempo, aprendí a escuchar.
Que descubrí en la ciudad que comunicar no era tan fácil para todo el mundo como me resultaba a mí y que me podía ganar la vida ayudando a los demás a brillar y dar a conocer lo que hacían para que todo el mundo supiera. Que aprendí que la información es poder, de verdad, y que hay que ser muy responsable con lo que se dice y cómo se dice y cuándo se dice y a quién se dice.
Que mis hijos piensan que soy una influmierder porque después de todos estos años probando cada plataforma, cada red social, cada blog, «solo soy responsable de marketing» sin más que un puñado de seguidores (pero es que la intención era probar y aprender, y por el camino hice algún amigo aunque no hiciera rica).
Que comunicar no es solo escribir, ni hablar, también es ayudar a otros a decir las cosas y ser portavoces, son colores e imágenes y el momento justo, y datos, y verificar, y construir, y borrar y volver a empezar, y organizar eventos con desayuno para que venga la gente a escuchar eso tan importante que tienes que decir…
Y ser responsable con lo que comunicas. Y que aunque vayas pisando huevos y esquivando falsedades, algún día, el que tiene boca se equivoca y tendrás que pedir perdón. Dar explicaciones. Cuanto antes. Claras. Nunca esconderte, ni borrar, ni bloquear. Dar la cara. Porque no somos perfectas pero intentamos ser buena gente. Diría que ahora trabajo poniendo en valor y a disposición de a quién le haga falta todo lo que fabrican y cuidan mis compañeros, que son fantásticos y eso se nota. Que trabajo gracias a que tengo una persona a mi lado que trabaja incansablemente porque la comunicación es una cosa de equipo.
Diría que si queréis saber más miréis por las redes y la web.
Y que si preguntáis a Chat GPT, contrastéis un poco. Porque la IA es genial pero alucina mucho. Y quizá, solo quizá, no es capaz de deciros con palabras sencilla todo lo que intenté explicarle a mi abuela Catalina.
Que comunicar es precioso, es un mundo, es todo. Porque si nos comunicamos, no somos nadie, ¿no crees?
Ahora tú, 3 minutos nada más. Seguro que puedes hacerlo mejor.

Hola preciosa, de influmierder nada. Jajaja q malos. No se trata de tener más seguidores si no de ser real y tú lo eres. Tener éxito es un concepto relativo…y más en este momento que vivimos de redes muy videos de gente que es exitosa y gana mucho sin saber nada según ellos y eso genera mucha frustración a la gente. Cada uno tiene sus batallas eternas y ser reconocido es algo agradable pero sobretodo tiene que serlo para uno mismo y no necesitar la aceptación del resto. Yo te admiro, me encanta como escribes y lo luchadora que eres. Soñadora, empática y curranta…muchas cosas que veo en tí y te tengo, como ya sabes, mucho cariño. Te mando un saludo y un achuchón muy fuerte. Susana.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hola! Qué grata sorpresa haber redescubierto el blog y que de pronto el primer comentario sea el tuyo. Por el
camino nos encontramos y reconocemos, ya sabes. Y si quieres que te diga la verdad, lo de “influmierder” me hace hasta gracia, es con cariño, un poco de coña y buen humor, una pizca de humildad y tiene ese matiz de hacer las cosas por gusto y no por aparentar ni gustar a nadie más que a una misma. Yo no le veo fallas 😉 Un besazo
Me gustaMe gusta