Los padres extraordinarios

Los padres extraordinarios están.

Están presentes en lo cotidiano. Te dan los buenos días y las buenas noches. Te acurrucan. Te calientan leche cuando no puedes dormir.

Los padres extraordinarios hablan. Te comentan su día y preguntan por el tuyo. Debaten, opinan, ríen, lloran.

Los padres extraordinarios escuchan. Asientes mientras hablas. Comprenden. Acompañan.

Los padres extraordinarios van al cole y te abrazan al entrar o al salir. Te colocan bien la mochila para que no se te cargue más un hombro que otro, pero no la llevan por ti, porque la mochila No es tuya y debes llenarla, vaciarla, ordenarla y llevarla tú.

Los padres extraordinarios hacen trenzas. O peinan como pueden. Y te enseñan a vestirte o a ducharte o a nadar o a saltar. Y aprenden a oren patinete contigo aunque no sepan. Y hacen pasteles o tortitas o churros o paellas o tortillas.

Los padres extraordinarios besan. Abrazan. Achuchan. Se acurrucan contigo cuando estás enfermo y te retiran el pelo de la cara cuando te molesta.

Los padres extraordinarios juegan contigo. A inventar aventuras piratas o cuentos disparatados, a la consola o con plastelina. Y si tienen que dibujar, aunque lo hagan mal, dibujan.

Los padres extraordinarios no son superhéroes, ni raros, ni una especie en extinción. Son padres cotidianos, con sus más y sus menos, padres a los que queremos con sus imperfecciones y sus paranoias particulares. Y los queremos porque en su día a día son corresponsables, y están. Y nos encanta que estén. Porque son extraordinarios.

Gracias, papis. Y felicidades por cada día del año.


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