La sonrisa heredada

Recuerdo aquel día. Intentaba llegar al cielo con el impulso de una sonrisa, y lo estaba consiguiendo. Ingenuamente, quizá, te lo concedo, pero casi llegaba. Alto, alto, cada vez más alto. Será que teníamos todo el futuro por delante y un pasado prometedor.

Recuerdo el cielo, gris, plomizo, algo pesado por la calima. Y sin embargo, me balanceaba más y más rápido riendo y disfrutando de una renovada infancia gracias al efecto columpio.

No hay nada como subirse a un viejo columpio, que suene a oxidado en cada vaivén, que se emocione con chirridos a medida que llegas más alto… Nada como un viejo columpio para reconciliarte con tu niño interior y sacar a pasear la sonrisa heredada.

La sonrisa espontánea.

La de verdad.

La sonrisa de los regalos de Reyes y las sorpresas bajo las estrellas.

La del primer beso. La del primer paseo cogidos de la mano. Como si fuera un paseo furtivo.

La sonrisa heredada es la que te transmiten los padres que te querían como si fueras su regalo sorpresa con lazo rojo. Es la sonrisa del beso de buenas noches que aún me reclaman mis hijos a diario.

Es la que te regalan los amigos cuando te ven de nuevo en la puerta del colegio tras un largo verano. O tras una noche entera separados cuando la tarde anterior no acabasteis vuestra interminable conversación de secretos y confesiones.

La sonrisa heredada es la del beso de tu abuela en la frente. La de tu abuelo paseando, contigo, al perro. En silencio. Pero juntos.

La sonrisa heredada es la de todos los que te quieren, los que te quisieron y los que te querrán. Porque la sonrisa heredada está llena del convencimiento de que, sí, te querrán.

Y con esa sonrisa heredada, aquel día, lo recuerdo, volaba alto a tu lado. Y era feliz. Porque la sonrisa heredada está cargada de felicidad simple y genuina. O no es sonrisa. Ni heredada.


9 respuestas a “La sonrisa heredada

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